Hoy fui la paciente nueva en la
sala de quimioterapia. Por lo menos en
el turno que entré. La sala tiene
capacidad para nueve pacientes, siete éramos mujeres y solo había dos
caballeros que superaban los sesentas. Fueron
tres horas conectada desde mi catéter que llevo instalado a la altura de la
clavícula derecha (digo “mi” catéter porque ya es parte de mi cuerpo, por lo
menos se quedará conmigo hasta fin de año, cuando termine el tratamiento) hasta
las bolsas de aluminio suspendidas en lo alto del equipo
de suero desde donde fluía el contenido de medicamentos que gota a gota ingresaba hacia mi torrente
sanguíneo.
Aproveché para terminar de leer El Símbolo Perdido, el último libro de
Dan Brown, de quien anteriormente disfruté El
Código Da Vinci y Ángeles y Demonios. Esta vez volví a quedar atrapada en una más
de sus obras y al terminar de leerlo prácticamente había terminado también la última
gota del liquido rojizo que entraba hacia mis venas. Fue bueno coincidir en esto pues las
reflexiones al final del libro hacen que valga la pena pensar en las muchas
cosas buenas de esta vida, de las que a veces no somos siempre tan conscientes,
y que de cuando en cuando es interesante leerlas para recordarlas.
No he perdido la fe ni mucho
menos, solo siento que al tratar de racionalizar todo este proceso es difícil
encontrar asidero con las profundas creencias que siempre he tenido de que es
posible sanarse a uno mismo a través del poder de la mente, de la actitud, de
la fe. No espero una cura milagrosa, no
es eso. Pero someterme a un tratamiento
tan invasivo cuando hace tanto tiempo intento no intoxicar mi cuerpo con la
intención de lograr mantener una vibración acorde con las enseñanzas que he
venido aprendiendo e intentado poner en práctica, es algo que me ha costado
digerir. Y fue precisamente mi maestra la
que me dijo que continuara con las indicaciones de los médicos. También me dijo que no me preocupara, que
todo iba a estar bien y que sí me ocupara de tener una alimentación con
concentrados de carne para poder recuperar rápidamente el hierro en la sangre.
¿Será que mi parte espiritual está
siendo puesta a prueba mediante el justo equilibrio con la aplicación de la ciencia
(médica)? ¿Será que tengo la oportunidad de combinar en mi propia experiencia
la aparente dualidad ciencia-religión? En todo caso es algo que yo misma busqué aprender y la experiencia es la mejor
forma de no olvidar nunca una lección…
“La
gran ironía es que todas las religiones del mundo, durante siglos, han instado
a sus fieles a abrazar los conceptos de fe y creencia. Ahora la ciencia, que durante siglos ha
tachado a la religión de superstición infundada, debe admitir que su próxima gran
frontera es literalmente la ciencia de la fe y de la creencia: el poder de la
convicción y la intención concentradas…”
(Dan Brown, El Símbolo Perdido, 2009)
En este primer día he podido
experimentar físicamente un ligero decaimiento al principio y pasadas unas
horas las náuseas me han hecho sentir nuevamente como si estuviera embarazada. Mañana y pasado mañana debo enchufarme
nuevamente al equipo de suero, pero esta vez para una hidratación recomendada
por el médico para aminorar la molestia de las náuseas.
Cuando pasan pensamientos
contrarios a mi completa recuperación los detecto de inmediato y cada vez me
hago más consciente de que no son míos, hay tanto miedo alrededor de esta
enfermedad, que es fácil contagiar nuestro sensible cuerpo astral y caer en lo
mismo. Pero eso es lo que no debemos
permitir. Hacer mantras me está ayudando
también a silenciar la mente y llenarla de vibraciones armoniosas. Conversar con los pacientes compartiendo esta experiencia común tambien es bueno, pero sobretodo tratando de verla como un aprendizaje necesario.
Los dejo con esto del libro
de D.Brown para que se animen a leerlo.
“Mientras el sol salía sobre Washington, Langdom levantó la vista al
cielo, donde las últimas estrellas de la noche se estaban apagando. Pensó en la ciencia, en la fe y en el
hombre. Pensó que todas las culturas, en
todos los países y en todas las épocas, habían coincidido en algo. Todos habíamos tenido siempre al
Creador. Usábamos diferentes nombres,
diferentes rostros y diferentes plegarias, pero Dios era la constante universal
para el hombre. Dios era el símbolo que
todos compartíamos, el símbolo de todos los misterios de la vida que no
podíamos comprender.”
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