Hace poco una amiga me decía que
lo que ella no podía entender era el porqué a personas buenas le suceden cosas
malas, y me citó como ejemplo, cuando el
año pasado me detectaron cáncer de mama.
No es una cosa mala que a uno se le detecte cáncer, tampoco es algo
bueno, obviamente. No es malo ni bueno,
solamente es.
Es más que solo eso. Es lo que uno interpreta de eso. Es el significado o actitud que uno toma
frente a eso. Es el sentido que le damos
a cada experiencia que vivimos, es encontrarle la razón, y una vez que se
entiende eso, entonces aprendemos y pasamos la página. Entonces el proceso se convierte en
aprendizaje para derivar en un cambio.
Si no hay cambio, lo “malo” volverá a expresarse nuevamente.
Pero lo que suele suceder sin
embargo, es que solemos quedarnos atrapados en la “injusticia”, en el papel de
víctima, de enfrentar la “lucha contra el cáncer” (o cualquier otra enfermedad)
como si esto hubiera venido de fuera, como si se tratara de una especie de
contagio malévolo, fortuito, adquirido quien sabe porqué. Y esto no es así.
El aprendizaje se da al tratar de
entender lo que veníamos haciendo de manera incorrecta con nuestras vidas, en la
falta de coherencia, de manera inconsciente o “ignorante”, pues nadie en su
sano juicio se auto-flagelaría provocándose una enfermedad. Pero nuestro cuerpo y nuestra conciencia si
lo hacen, porque “saben” del propósito implícito, que va más allá de nuestro
entendimiento actual.
Puedo sentir que he entendido del
proceso. Y puedo sentir que experimenté
un cambio. Lo que no puedo entender aun
es aquel propósito que ve y va mas allá, pero me contento al sentirme alineada,
en coherencia conmigo misma (entre lo que hago, expreso, pienso y siento) y
espero de ese modo estar alineada con aquel propósito o voluntad divina. Y en este punto, no puedo dejar de hablar en
todo este proceso del factor FE.
La Trinidad de Dios es una forma de interpretar la energía divina que se expresa bajo aquellas 3 manifestaciones
simbólicas que representan diferentes cualidades divinas. Así, el Padre es la energía de la Voluntad,
el Hijo representa la energía del Amor-Sabiduría y el Espíritu Santo es la
Inteligencia Creativa. En otro post
hablaremos con más detalle de esto pues es un tema muy interesante a profundizar. A partir de estas 3 energías
primordiales derivan otras 4 para formar los 7 rayos o manifestaciones en este
universo de aquella energía primigenia (así como la luz blanca se descompone en
los 7 colores del arcoíris y de la combinación de los 3 colores primarios
derivan los demás). Una de estas energías
o 7 rayos, el sexto rayo es el de la Devoción.
La devoción se expresa en el ser
humano desde sus primeros años, así, un infante tiene una devoción ciega hacia
su madre, confía en ella sin juzgar, su fe es plena y total. Conforme va creciendo esa energía de la
devoción va trasladándola hacia otros seres o ideas, puesto que la devoción
es la confianza plena que podamos tener respecto a algún ser, creencia o ideal. Conforme el ser humano madura los
objetos de la devoción van cambiando, pues los ideales pueden cambiarse siempre,
y constantemente podemos aspirar a ideales superiores.
La fe es una energía propia del
alma, del yo superior que en su nivel “vive” la conciencia de la
inmortalidad. De esa inmortalidad vivida
permanentemente en las dimensiones superiores de nuestro ser, fluye hacia el consciente
esa energía fundamental que llamamos fe.
Necesitamos gran apertura, aspiración y al mismo tiempo FE, energía que viene del yo superior y que nos da la consciencia de que estamos vivos. De manera inconciente nos recuerda nuestro verdadero origen inmortal y divino.
Por esta razón, es mi deseo que aquel que sienta
aflicción, angustia, depresión o cualquier estado de desarmonía pueda concebir meditar en esta cualidad de seres inmortales que somos, de uno mismo como
centro a partir del cual al reconciliarnos en la sensación interna de paz, de
amor hacia lo que uno es, se pueda perdonar, y darse una oportunidad para recomenzar lo que desde niños sabíamos hacer mejor: ser felices y devotos.
Convertirse en un verdadero
devoto, es convertirse en un buscador de la verdad dentro de sí mismo.