La depresión implica
una profunda tristeza interior, una acumulación de emociones inhibidas
provocando un conflicto entre el cuerpo y la mente.
Esta enfermedad está
conectada con un suceso señalado de mi vida. La depresión se traduce por
desvalorización y culpabilidad que me corroen por dentro. Si soy depresivo,
me siento miserable, menos que nada. Vivo en el pasado constantemente y tengo
dificultad en salir de él. El presente y el porvenir no existen. Es importante
efectuar un cambio ahora en mi modo de ver las cosas porque ya no es como
antes. La depresión frecuentemente es una etapa decisiva en mi vida (por
ejemplo: la adolescencia) porque me obliga a volver a cuestionarme. Quiero a
toda costa tener una vida diferente. Estoy trastornado entre mis ideales (mis
sueños) y lo real (lo que sucede), entre lo que soy y lo que quiero ser. Es un
desequilibrio interior (quizás químico y hormonal) y mi individualidad es
irreconocible. Me siento limitado en mi espacio y voy perdiendo despacio el
sabor de vivir, la esencia de mi existencia. Me siento inútil.
En otras palabras, la depresión
tiene en su origen una situación que vivo frente a mi territorio, es decir
lo que pertenece a mi espacio vital, sean personas (mis padres, mis hijos, mis
amigos, etc.) animales (mi perro, mis peces, etc.) o cosas (mi trabajo, mi
casa, mis muebles, etc.). El conflicto que vivo puede estar vinculado a un
elemento de mi territorio que tengo miedo de perder: a una pelea que
tiene lugar en mi territorio y que me molesta (por ejemplo: las peleas entre
hermanos y hermanas). He aquí expresiones que revelan cómo me puedo sentir: “Me
ahogas!”, “Me asfixias!”. A veces también, siento dificultad en delimitar o
marcar mi espacio, mi territorio: ¿Qué es lo que me pertenece en exclusividad y
qué es lo que pertenece a los demás? Las personas depresivas frecuentemente
son permeables a su entorno. Siento todo lo que sucede alrededor de mí y esto incrementa
mi sensibilidad, de aquí un sentimiento de limitación y la impresión de estar
invadido por mi entorno. Así, abandono porque encuentro la carga demasiado
pesada, ya no tengo el gusto de vivir y me siento culpable de ser lo que soy.
Incluso puedo tener tendencia a la auto – destrucción.
También puedo tener “necesidad
de atención” para ayudarme a valorizarme;
la depresión se vuelve en este momento, un medio inconsciente para “manipular”
mi entorno. La risa ya no forma parte de mi vida. Poco importa la razón,
compruebo ya ahora la causa o las causas subyacentes a mi estado depresivo.
¿Viví yo una presión de joven? ¿Cuáles son los acontecimientos señalados
vividos en mi infancia que hacen que mi vida parezca tan insignificante? ¿Es la
pérdida de un ser amado, mi razón de vivir o la dirección de mi vida que ya no
consigo ver? Huir la realidad y mis responsabilidades no sirve de nada (por
ejemplo: suicidio) por más que esto parezca ser el camino más fácil. Es
importante constatar las responsabilidades de mi vida porque necesitaré otra
cosa que antidepresivos para hacer desaparecer la depresión: debo ir a
la causa. A partir de ahora, comprendo que soy un ser único. Tengo valores
interiores excepcionales. Puedo retomar el control de mí – mismo y de mi vida.
Tengo elección de “soltar” o de “luchar”. Tengo todo lo necesario para cambiar
mi destino. Responsabilizándole,
adquiero más libertad y mis esfuerzos están recompensados.
“La depresión
es reprobable, porque contagia a los demás, y les dificulta mas su vida, cosa
que no tienes el derecho de hacer…” (J.Krishnamurti)
Finalmente, este
pensamiento sobre el mal efecto que nuestra depresión pueda ocasionar a los demás
nos dará la fuerza necesaria para desecharla. Nada puede afectarnos que no derive de
nosotros mismos, de nuestras vidas pasadas, de nuestro propio karma. De aquí que debamos ser muy cuidadosos de que
nadie sufra daño por nuestra causa.
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